El artículo, tal y como lo encontramos en Business Insider, peca de superficial y se apoya con demasiada confianza en tan solo un puñado de anécdotas personales. Sin embargo, la idea que pretende comunicar es incuestionable y podemos palparla con dolorosa facilidad si miramos a nuestro alrededor. La maternidad y la paternidad para los millenials es un ejercicio solitario y, en consecuencia, bastante más complicado que para las generaciones anteriores: «No tienen acceso a todas esas comunidades de ayuda que son en extremo fundamentales para establecer un sistema de apoyo de confianza para los padres y los hijos», comenta Daniel Cox en referencia a la presencia del los abuelos, a la colaboración entre vecinos y a grupos comunitarios como los que pueden formarse alrededor de la iglesia. El texto de Julie Gerstein y Jane Ridley parece contentarse con culpar de esta situación a los boomers, la generación de abuelos más viejos de la historia, y su deseo de viajar, obviando por el camino causas estructurales como la inestablilidad del mercado laboral, la dificultad para acceder a una vivienda o las décadas de incansable propaganda alrededor de la familia nuclear como única estructura importante. Porque, qué más da si los abuelos quieren viajar si hemos tenido que mudarnos a varias horas de distancia a causa del trabajo. Qué importa si nuestros vecinos tienen la capacidad para convertirse en nuestros aliados si nunca llegaremos a conocerlos a causa del cambiante mercado de alquiler y quién va a confiar en desconocidos de la comunidad si nos han grabado a fuego que la única estructura segura es la conformada por nosotros mismos, aislados en nuestra propia casa, con nuestro propio televisor.
La expresión con orígenes africanos It Takes a Village (que viene a decir que se necesita toda una aldea para criar a un niño) se popularizó en Estados Unidos a raíz de un ensayo con ese título publicado en 1996 por Hillary Clinton. En el texto, la entonces Primera Dama detalla los diferentes esfuerzos que los distintos estatutos de la sociedad, desde los educadores hasta los legisladores, deben realizar para garantizar que los jóvenes estadounidenses van a crecer en un ambiente seguro, sano y digno. Y aunque hoy en día no se puede sino mirar al texto con ojos cínicos teniendo en cuenta el papel de Bill Clinton a la hora de cimentar la deriva noeliberal del país, las ideas propuestas en el ensayo levantaron ampollas e incluso recibieron todo tipo de contestaciones por parte de los conservadores entre las que destaca It Takes a Family: Conservatism and the Common Good escrito por el entonces senador Rick Santorum. En su momento la publicación produjo, como decimos ahora, una guerra cultural. Al final, la idea de que en el capitalismo la crianza es algo privado que compete en exclusiva a los padres ha terminado por imponerse, degradando a su paso el tejido que soportaba una labor tan importante. Es por esto que es tan difícil encontrar ejemplos de crianza comunitaria en la ficción occidental actual o, siquiera, historias en la que se vea la importancia que los diferentes agentes de la comunidad pueden tener en el bienestar de los jóvenes. Pero la cosa cambia si nos vamos a Corea del Sur. Porque Corea es otro rollo. A pesar de que (o puede que quizás porque) el país está inmerso en una cultura turbocapitalista, una gran cantidad de sus ficciones se detienen a examinar con honestidad las consecuencias de la diferencia de clases o a observar ciertas ideas de base socialista. Una de estas ficciones es Moving. Y Moving es una historia de superhéroes.
A lo largo de sus 20 episodios, Moving va del presente al pasado y de lo concreto del amor adolescente a lo impreciso de los secretos de estado. La historia empieza cuando Bong-seok, un chico de 17 años que oculta por todos los medios su capacidad para flotar en el aire, conoce a Hee-soo, una nueva chica que acaba de llegar a su clase y que también mantiene en secreto su habilidad de recuperación instantánea. Los dos jóvenes empiezan a estrechar su relación —y a compartir sus secretos— mientras que varias amenazas van cerrando el cerco a su alrededor, y las historias de sus padres, agentes secretos que ponían sus poderes al servicio de la Agencia de Seguridad del país, se hacen más determinantes que nunca. En Moving hay superpoderes, espías y muchas escenas de acción. Sin embargo, la historia no intenta examinar las responsabilidades de tener este gran poder, hablar sobre la justicia, ni presentar una visión atractiva del nacionalismo. Tampoco utiliza a las personas con poderes para crear una metáfora alrededor de un grupo infrarepresentado o para construir una fantasía de poder próxima a la figura de los agentes del orden. Hee-soo y Bong-seok son dos adolescentes normales. En su faceta de padres, sus progenitores se comportan exactamente como podríamos esperar. La presencia de poderes sobrehumanos en la serie solo sirve —además de para crear un espectáculo visual que llega a su cumbre en el capítulo titulado El monstruo— para presentar una serie de peligros de diferente naturaleza alrededor de los chicos y, en consecuencia, poder explorar cuál es la mejor estrategia para protegerlos y permitirles crecer en libertad.
Con los superhéroes pasa algo curioso. Aunque no todas las historias que los incorporan utilizan narrativas apoyadas en ideologías conservadoras sí que es muy sencillo que, por descuido, ignorancia o pereza, las historias de superhéroes, incluso aquellas con mejores intenciones, acaben virando hacia la derecha. Al final, si planteamos un tablero en el que el bien y el mal son absolutos y en donde hay unos buenos y unos malos con unas tonalidades de grises limitadas, es sencillo que pasemos por encima de todos los elementos estructurales que afectan a la criminalidad. Las ficciones superheróicas tienden a mostrar una visión de la ley como algo inamovible e incuestionablemente positivo, reproduciendo así, sin disputarlos, ciertos abusos de poder que se cometen en el mundo real contra poblaciones infrarrepresentadas. Pero, personalmente, lo que menos me gusta de los superhéroes es que no dudan en quitar la agencia a la comunidad a la que, según afirman, están intentando defender. Al final, cuando el superhéroe atrapa al villano lo único importante es contar con un climax narrativo emocionante y encontrar la conclusión a los arcos de los dos personajes. La justicia para el héroe es siempre algo personal, a pesar de que los supuestos crímenes se hayan cometido contra un pueblo concreto, en un territorio determinado. Los habitantes de Gotham, las víctimas, sus amigos y sus familiares, no solo quedan en un segundo plano sino que tienen poco poder de decisión sobre cómo lidiar y seguir adelante con aquello que les ha pasado. No son los protagonistas y esa no es su historia. Por eso en Moving resulta tan refrescante ver cómo se cambia el tablero. Cómo las historias de los héroes se entrelazan con las del resto de la comunidad y son todos ellos, en conjunto, los que deciden el verdadero significado de justicia.
Hay dos ideas principales que se exploran una y otra vez en Moving: la de que todo el mundo debe estar implicado en la crianza de los jóvenes y ser un agente activo en su protección y la de que la justicia es algo ajeno a las leyes que podemos practicar como comunidad. La primera de ellas se representa de forma especialmente emotiva en la figura de Jeon Gye-do, el antiguo protagonista de un show de superhéroes enmascarados para niños que ahora trabaja como conductor de autobús en el pueblo donde pasó su infancia. Gye-do tiene poderes. Es capaz de redirigir pequeñas corrientes eléctricas (por ejemplo la de una pila) y obtener a través de la corriente un poco de información sobre las personas que han interaccionado con aparatos eléctricos. Sus poderes, la serie lo deja claro, son risibles, y el gobierno no tiene forma de sacar partido de una habilidad como esa. Pero Gye-do se convierte en uno de los héroes más importantes de la serie gracias a su sentido de la responsabilidad y la manera en la que siempre se mantiene implicado en lo que pasa a su alrededor. Es curioso, además, como en muchas ocasiones Gye-do no necesita enfrentar el peligro directamente o poner en riesgo directo su integridad física a la hora de actuar de forma responsable. Por ejemplo, cuando en uno de los episodios se da cuenta de que una persona con malas intenciones está siguiendo a Hee-soo y Bong-seok, su reacción es cambiar la ruta del autobús, de manera que los adolescentes no puedan bajarse sino en una comisaría. La forma en la que el conductor protege a su comunidad no se relaciona tanto con sus características sobrehumanas sino con su empatía y habilidad para mantenerse alerta.
Esta idea, pero también la segunda, funcionan como los motores del arco del señor Choi, un agente que se hace pasar por profesor de gimnasia en el colegio de Bong-seok con el objetivo de recopilar datos sobre los jóvenes superpoderosos. Tras más de 15 años trabajando con adolescentes de todo tipo, Choi ha aprendido que en su papel de (falso) profesor puede hacer más para protegerlos y cuidarlos que en su papel de agente del gobierno. Interesarse por su futuro, por su salud o por su estado de ánimo —algo al alcance de todos— es lo que lo convierte en uno de los profesores más valiosos del instituto. Sin embargo, en su papel de agente secreto dedicado a la pura burocracia, no puede evitar ponerlos en peligro; señalarlos ante un gobierno que los quiere utilizar, un interesante recordatorio sobre la banalidad del mal. A lo largo de los últimos capítulos Choi debe elegir entre ser agente o ser profesor; ser fiel al país en el que viven sus alumnos o ser parte de la comunidad que habitan. Porque en Moving se separa escrupulosamente las ideas de cuidar y proteger de la acción de cumplir unas leyes, no siempre justas, e impuestas por el estado.
La frase «un gran poder conlleva una gran responsabilidad» no tiene sentido en el universo que representa Moving. Porque todos somos igual de responsables, desde los padres hasta el conductor de autobús, de garantizar la seguridad y el bienestar de nuestros semejantes. De asegurarnos de que todos, pero en especial los que más lo necesitan, encuentran una forma de prosperar. Moving es a fin de cuentas una historia de amor. De amor adolescente pero, también, de amor por la comunidad.
¡Siempre es un gusto leerte, Marta! Se hace mucha crítica ideológica al cine de superhéroes, pero das en la clave con algunos puntos que, creo, no se mencionan tan a menudo. ¡Y la alternativa suena muy refrescante!
Buenas tardes, Marta. ¡Qué gusto leerte!
Sobre lo que escribes, no puedo estar más de acuerdo. Que un individuo tenga un poder extraordinario y que con él imponga el orden, atrape a los malos o se cargue un sistema es una fantasía. Un individuo no puede hacerlo, sino que requiere todo un movimiento.
Cuando me haces pensar en lo importante que es sentirse parte de una comunidad, viene a mí un sentimiento de desconfianza tremendo. Creo que no estamos tan preparados para formar lazos comunitarios, sino, más bien, para afrontar traiciones y decepciones de los más cercanos. Creo viene dado a que las viejas instituciones ya no satisfacen las necesidades de las personas y, por lo tanto, cuestionamos entonces su autoridad. Por ejemplo: la iglesia católica que no es tan purita, sino que ha sido la tapadera para muchos abusadores, porque antes ¿quién no iba a confiar en su párroco? Hay una necesidad (sana en mi opinión) de desmitificar todo.
Pero hoy en día también hay otro reto: la globalización con sus flujos migratorios. Yo soy migrante y muchas veces me he preguntado ¿cómo puedo integrarme de forma orgánica en una comunidad con reglas preestablecidas sin que me perciban amenazante, sin que tenga que renunciar a toda mi cultura?
Gracias por tus textos tan cuidados y reflexivos.
Saludos
Hola, Eugenia. Gracias por comentar.
Es normal lo que sientes con respecto a integrarte en una comunidad porque nos han criado en una propaganda constante alrededor del individualismo, además de lo que comentas sobre la forma en la que nos han fallado las instituciones.
¡Un saludo!