La delicada puntada final

O por qué el plot twist de Saltburn puede dejarnos insatisfechos

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En mi opinión, lo que hace que un giro final sea bueno es su capacidad para plantearnos las preguntas adecuadas de forma que lleguemos de forma natural al tema central de la obra. Lo que solemos definir como «sorprendente» o «inesperado» no es más que nuestra necesidad de volver a revisar internamente todo lo que sabemos de la historia y los personajes bajo la luz especial de un nuevo contexto. El plot twist de El sexto sentido, por recurrir a un ejemplo de sobra conocido, no es memorable por el hecho en sí de que el personaje de Bruce Willis sea uno de los fantasmas que acosan a pobre Cole sino porque escenas que creíamos entender, como la de su mujer llorando ante el vídeo de la boda, escondían un significado secreto que ahora nos es revelado. «Si Bruce Willis ha estado muerto desde el principio», nos obliga a pensar el giro, «entonces por eso Cole se mostraba tan temeroso de él en las escenas iniciales. Por eso no hay ningún diálogo entre él y el resto de personajes». Entre las preguntas que nos plantea el final (¿el fin de una relación produce un estado similar al duelo?, ¿las personas que mueren llegan en algún momento a abandonarnos?) encontramos entonces el tema: la idea de que la comunicación es esencial para poder superar los momentos más duros de nuestra vida y, por tanto, es mejor decirlo todo mientras tengamos la oportunidad. 

Saltburn, la última película de Emerald Fennell, ganadora de un Oscar por el guión de Una joven prometedora, tiene un giro final que, sin embargo, no es capaz de lanzarnos ningún tipo de pregunta. La revelación de que el joven Oliver Quick había planeado desde el principio infiltrarse en el círculo de su adorado Felix, para hacerse, posteriormente, con el control de Saltburn, cae como una losa y se queda allí, inane, sin intención alguna de hacernos pensar. Y el problema en sí no es que el giro sea predecible —que lo es— o que no encaje bien del todo con el ritmo y la trama —cosa que sí hace. El problema es que saber que Ollie es un psicópata calculador no nos invita a ver un doble significado en las escenas anteriores (sólo nos da un poco más de información a su alrededor) ni nos acompaña a la hora de llegar a identificar el tema central de la trama. Este es un plot twist que solo existe porque Fennell parece creer que este tipo de estructura siempre consigue que el final sea más impactante. Pero yo creo que la directora se equivoca. Porque con las mismas herramientas, pero dándoles un uso mucho más delicado, El talento de Mr. Ripley consigue que pongamos rápidamente nuestro dinero en una interpretación concreta de la historia para horrorizarnos posteriormente con su conclusión final.

Lo primero que sabemos de Tom Ripley es que es un estafador. El muchacho, que está sustituyendo a un amigo pianista en un evento de la alta sociedad, no duda en hacerse pasar por un licenciado en Princeton o en presumir de contactos que en realidad no tiene para impresionar a Herbert Greenleaf, un importante magnate del transporte marítimo que le pedirá, como favor, que viaje a Italia para convencer a su hijo de que se ponga al frente de la empresa familiar. Ripley se acerca a este encargo como lo haría cualquier timador experimentado: aprendiendo de antemano todo lo que puede saberse sobre el hijo de Greenleaf —un vividor amante del jazz— y desarrollando un personaje con la capacidad de acercarse a él. Un poco más adelante en la trama, vemos a Ripley repitiendo este patrón de comportamiento con Meredith Logue, una rica heredera ante la que se presenta como Dickie, haciéndole creer que viaja bajo un nombre falso. Y pese a saber todo esto, cuando vemos las interacciones entre Tom y Dickie nos engañamos. Abrazamos la idea de que lo que motiva a Ripley es el amor. Como espectadores, es imposible ver la escena en la que el protagonista mata a Dickie tras ser rechazado amorosa y sexualmente sin ponernos, aunque sea un poco, de parte del protagonista. A nosotros también nos ha cegado la belleza de Dickie y Marge, la perfección de la costa italiana y el atractivo del estilo de vida despreocupado de los jóvenes. Creemos comprender por qué Tom hace lo que hace, más aún cuando el rechazo ha sido tan cruel y humillante, pasando por ridiculizar su orientación sexual. «El resto de crímenes de Ripley», nos decimos, «no son indicativos de su carácter sino consecuencia de sus intentos por cubrir esta explosión pasional». Y por habernos dejado engañar de esta forma, el final nos sorprende tanto. Cuando vemos que Ripley es capaz de matar a su amante para mantener las apariencias y el estatus delante de Meredith comprobamos que el amor nunca ha sido un factor importante. Lo primero que sabemos de Tom Ripley es que es un estafador. Esto es también, para nuestra sorpresa, lo primero que pasamos por alto. 

El final de El talento de Mr. Ripley pone sobre la mesa dos preguntas muy concretas: ¿Quién es Ripley?, ¿qué es lo que desea?. La primera pregunta es una constante a lo largo de la serie escrita por Patricia Highsmith porque el personaje está concebido como un cascarón vacío que solo se mueve en base a sus apetitos. Lo que desea es bastante más sencillo de entrever; dinero, por supuesto, pero también cierto estatus. Conseguir que los que le rodean acepten sin oposición la imagen que él quiere proyectar. Oliver Quick es exactamente igual que Ripley. De la misma forma en la que Tom se familiariza de antemano con la estructura de Princeton o los discos favoritos de Dickie, Ollie inventa una historia sobre un pasado turbulento y memoriza el horario de Felix para poder tener un primer contacto con él. E igual que Ripley intenta aislar a Dickie de sus amigos cuando entiende que no puede manipularlos, Ollie hace grandes esfuerzos por arruinar la reputación de la hermana y el primo de Felix, de manera que empiecen a desconfiar unos de otros. Con el mismo tipo de protagonista y tema central (el poder de seducción del dinero y el peligro que suponen aquellos capaces de todo por conseguirlo) y ambientaciones similares (paraísos aislados en Europa durante la época veraniega), lo que distingue a Saltburn de El talento de Mr. Ripley es la estructura narrativa, algo que parece venir dado por la confianza en sí mismas de sus distintas autoras. Patricia Highsmith, y por extensión Anthony Minghella, confían en que los espectadores se identificarán hasta cierto punto con Ripley gracias a su capacidad para presentar la vida de Dickie y Marge como algo aspiracional. Fennel, por su parte, no confía ni en la capacidad de la audiencia para empatizar con un manipulador —de ahí que esconda las mentiras de Ollie—, ni en la naturaleza de Saltburn como algo deseable, de ahí que solo ponga sus esfuerzos en el encanto (incuestionable) de Jacob Elordi.

«En realidad es una película sobre el primer amor», ha declarado Fennell en una entrevista para Vogue. «En general, porque soy algo simple, creo que todo tiene que ver con el sexo, y pienso que la forma en la que fetishizamos las casas de campo y los títulos nobiliarios es totalmente sadomasoquista. […] Estoy obsesionada con cómo nos relacionamos con las cosas que queremos y deseamos, y la manera en la que odiamos el saber que no podemos tenerlas; las cosas que sabemos que nunca nos querrán, sean una persona, una casa o una cultura. Sin embargo no podemos dejar de estar obsesionados y atraídos por ellas. Mi pregunta es: ¿por qué?». A lo largo de toda esta entrevista Fennell se expresa con cierta ambigüedad, de manera que si no hemos visto aún la película es fácil creer que la directora está hablando de la relación entre Ollie y Felix cuando, en realidad, se refiere al amor que Ollie siente por Saltburn y aquello que representa. Pero aunque aquí Fennell apunte a uno de los temas que desea explorar, y no se corte a la hora de lanzar preguntas al lector, lo cierto es que no consigue hacer esto mismo en su película. Saltburn nunca explora qué es lo que hace la riqueza tan atractiva sino que asume por defecto que lo es. Nunca investiga la causa de que Ollie, que nunca ha pasado grandes penurias, esté tan obsesionado con el estatus y jamás explora por qué los espectadores podrían llegar a sentirse de forma similar. A pesar de lo que declara en Vogue, Emerald Fennell es una directora poco curiosa y de ahí que Saltburn tenga poco que aportar. El giro final no nos satisface porque el hecho de que Ollie sea o no un asesino no cambia para nada el tablero que hemos explorado, no nos hace mirar el tema con ojos nuevos, ni nos descubre —como hacía el de el talento de Mr. Ripley— un fallo en nuestra propia percepción en el que deberíamos profundizar. Es un cierre abrupto, nada delicado. Una conclusión que nos expulsa de su universo sin dejarnos nada para analizar.

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Marta Trivi

5 comentarios

  • La verdad es que la revelación del final sobra un poco. Se ve venir y creo que le habría sentado mejor a la peli dejarlo un poco abierto. Más allá de esto, es cuerto que la película aunque tiene una fotografía muy bonita y muy buenas actuaciones, no tiene demasiado que decir.

  • No sé puede escribir tan bien, tan claro y de forma tan didáctica. Gracias por poner palabras a la amalgama de sensaciones que me dio Saltburn y por ayudarme a releer El talento de Mr. Ripley que no me terminaba de convencer

  • Totalmente de acuerdo con tu crítica. Es una película en la que todo se da mascadito. Por no hablar de cómo se busca un efectismo gratuito que solo busca provocar y al que se le ve el andamiaje en todo momento…
    «Una joven prometedora» ya me dejó fría, pero creo que esta, por pretenciosa y carente de foco, me ha parecido aún peor.
    Me encanta tu blog y Choquejuergas 🫶🏼 Un abrazo!

  • Primer artículo que leo del blog y en menos de 10 min ya me ha aportado mucho. Me ha recordado algo que había dejado de analizar: qué es lo que diferencia un giro de guión necesario y coherente de uno morboso y vacío.

    Un placer leerte, Marta.

    PD: aún así de esta película lo que más recordaré siempre es la escena en pelotas del protagonista bailando por la mansión a sus anchas. Increíble coreografía e increíble culazo.

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