Dentro del feminismo, el movimiento surcoreano 4B es uno de los más radicales del mundo. En el país en el que la palabra «feminista» se utiliza como insulto, las mujeres más jóvenes han decidido negarse por sistema a tener citas con hombres, a tener relaciones sexuales hetero, a casarse y a tener hijos, lo que ha impulsado una crisis de natalidad que parece no tener solución a corto plazo. Lo increíble de esta situación es que el movimiento, que no tiene líderes visibles ni peticiones políticas explícitas —son otras organizaciones, más activas en la calle, las que han logrado la despenalización del aborto—, está en su origen estrechamente ligado a la ficción, la misma cultura del entretenimiento que ha dejado de tenerse en cuenta dentro de los círculos activistas. La idea de «dejar atrás a los hombres» comenzó a fraguarse en internet a partir de la publicación del libro Kim Ji-young: Nacida en 1982; una novela superventas centrada en la vida de la que podría ser una mujer cualquiera.
Las intenciones de Cho Nam-joo para su novela quedan claras en el propio título del libro. Kim Ji-young es el nombre de mujer más común en el país asiático y 1982 es el año en el que se produjeron más nacimientos femeninos. La protagonista de la novela vive exactamente el tipo de vida que llevan la mayoría de las jóvenes del país, lo que, en su generalidad, hace que sea muy sencillo proyectarse en ella. La propia autora lo explica así al New York Times: «Ella no sufre grandes éxitos o tragedias. Puede ser vista como la experiencia colectiva de las mujeres coreanas —una hija, una estudiante, una empleada y una madre— sin el elemento individual; eso es lo que es Kim Ji-young». Pero aunque el grueso de la historia no es más que la vida de Ji-young, en toda su cotidianidad, modelada por el efecto del género, el incidente incitador de la historia se atreve a meter un pie en el realismo mágico. La protagonista, abrumada por los esfuerzos y la soledad de la maternidad, ha comenzado a hablar con la voz de otras mujeres. En un estado disociativo, Ji-young comunica a su marido las penas de su propia madre, las angustias por las que pasó su abuela e, incluso, los dramas a los que se ha tenido que enfrentar su hermana por el hecho de ser la primogénita. Y es aquí cuando Kim Ji-young: Nacida en 1982 mejor nos dibuja su panorámica. Porque es gracias a las historias pasadas que entendemos que la opresión de las mujeres se extrae de la tradición y se sostiene con el puntal de la pobreza.

En la novela de Cho, el machismo es una realidad que, a su vez, funciona como estructura de sentimiento. Es una tradición que se respeta, por lo que el feminismo no es otra cosa sino el impulso secreto por no trasmitirla. «El malestar que no tiene nombre» aquí se hace concreto a través de pequeñas escenas aparentemente sin importancia que van erosionando poco a poco a las mujeres hasta hacerlas ingrávidas como si fueran fantasmas. En una de ellas, la abuela de Ji-young escucha a sus tías decir que sólo los hijos varones traen prosperidad a las familias, las chicas, sin embargo, son una carga. La madre, más adelante, se enfrentará a la idea de que sólo los hombres deben estudiar porque serán los únicos que conseguirán, a la larga, tener una carrera y mantener a la familia. En una de las primera escenas, una deprimida Ji-young oye como unos oficinistas se burlan de lo «sencilla» que debe ser su vida si le permite pasar la mañana en el parque con su hija: «debe estar bien eso de no hacer nada y esperar que tu marido traiga el dinero a casa», exclaman. A Ji-young, cuando su suegra le regala un delantal de cocina, le preocupan más los vestidos que recibe su hija. Es la confirmación terrible de que empieza otro ciclo, de que su niña acabará tarde o temprano enfrentándose a las mismas violencias y al mismo vacío sin que ella, de forma efectiva, pueda hacer nada.
«No hay nada en el género [de la novela] que impida su práctica desde la izquierda», escribe Pablo Batalla en su columna titulada Necesitamos novelistas. «Los ensayos encastillan, fortifican, defienden: esa es su importancia, que no es pequeña. […] Pero hay que combatir, y se combate con eso: novelas, películas, ficciones que despierten emociones, bajen guardias y abran el portón de la Troya facha». La idea que el periodista sostiene en el texto es que la industria literaria (al menos en España) parece estar divida de forma ideológica. Mientras que las editoriales de izquierdas dominan la publicación de la no-ficción, los escritores de novela más populares, especialmente dentro del género histórico, se ajustan siempre a un ideario en extremo conservador. Y no solo tiene razón cuando afirma que los ensayos refuerzan y las novelas combaten sino que acierta al señalar a los sentimientos como auténtico disparadores del cambio. Kim Ji-young: Nacida en 1982 no contiene ninguna idea verdaderamente radical; ningún enfoque novedoso. Es un repaso relativamente árido por las pequeñas injusticias del día a día cuando se vive como mujer. Pero verlas a través de Ji-young tuvo en las lectoras surcoreanas la misma influencia que tienen las voces en los personajes de la novela. Encendió una chispa, no en la comprensión racional del problema sino en la espiritual. En aquello que nos impulsa a no perder la esperanza.

La crítica más común al libro de Cho desde dentro de los círculos feministas es que no hace en ningún momento una llamada a la acción. Ji-young, como la propia autora a través de sus entrevistas, apuntan con timidez a que «algo va mal» en la sociedad coreana pero sin ser capaces de articular ningún tipo de solución de cara al futuro. Y aunque podemos pedirle respuestas al arte, no podemos olvidarnos tampoco de cómo la cultura conecta ficción y realidad, tendiendo puentes que no siempre son evidentes en un primer instante. En el mundo real, la novela de Cho no sólo ha inspirado el movimiento 4B sino que es responsable directa de una serie de leyes en favor de la igualdad de género en el trabajo que reciben, precisamente, el nombre de su protagonista. Pero en el mundo de la ficción, Ji-young también ha tenido hijas. Hijas que recogen el malestar de la novela pero que no tienen miedo alguno en generarlo de vuelta.
En el episodio 11 de Si la vida te da mandarinas… la familia de Geum-myeong y la de su prometido se reúnen en un restaurante para poder conocerse antes de la boda. La madre del chico, que la desprecia abiertamente, quiere aprovechar la ocasión para dejar esto claro delante de sus futuros consuegros. Su objetivo, por supuesto, es que ambas familias convenzan a los jóvenes de que es mejor cancelar la boda. «Geum-myeong es una planta de interior» señala la mujer a Ae-sun, madre de la chica, para expresar que desaprueba la forma en la que la han criado. El momento más desagradable llega cuando le pide a Geum-myeong que sirva la sopa. La joven llena con torpeza los cuencos y se guarda para sí misma aquel con menor cantidad y sustancia. Pero Ae-sun, que durante años ha comido menos para dejar más a los suyos no va a consentir esto. Porque, como le deja claro a su consuegra con un tono de humilde orgullo, si Geum-myeong no sabe servir la sopa es porque ella no le ha enseñado. Y eso no es, como ella cree, una carencia. Ese es su regalo.

Si la vida te da mandarinas… hace explícitas dos ideas que solo recorre los márgenes de Kim Ji-young: Nacida en 1982 la de que el feminismo es un proyecto generacional que empieza dentro de casa y la de que la pobreza afecta de forma especial a las mujeres. La ficción no solo conjura el malestar que produce el machismo sino que ofrece soluciones efectivas para combatirlo: no enseñar a las niñas a ser sumisas, no educarlas en la creencia de que están por debajo y luchar porque tengan las mismas oportunidades económicas. Explorar nuestro malestar para intentar no trasmitirlo sin olvidarnos de nosotras, que merecemos poder realizarnos a cualquier edad, sea cual sea nuestra circunstancia. A diferencia de la novela de Cho Nam-joo, Si la vida te da mandarinas… no pretende sólo transmitir una idea, no es una ficción/tesis, sino una historia que adora a sus personajes, que mima las caracterizaciones y que busca emocionar. La serie de Netflix recoge e interioriza lo que expone Kim Ji-young: Nacida en 1982 y no lo presenta como una revelación sino como un marco. Algo que no es inevitable; algo que se puede cambiar. Y el cambio, en una sociedad como la surcoreana, solo puede comenzar evitando la pobreza, garantizando el acceso en igualdad de condiciones al trabajo y al capital.
La opresión y las dificultades derivadas de la desigualdad son el tema central en Si la vida te da mandarinas… Sin embargo, desde el guión se deja muy claro que la pobreza afecta de forma muy diferente a Ae-sun y a Gwan-sik. La chica, hija única del primogénito de una familia relativamente acomodada, ha perdido todo derecho a reclamar su herencia por la muerte de su padre. Es por esto que, a pesar de ser la chica más inteligente y aplicada de Jeju, no es capaz de concretar sus planes para ir a la universidad y poderse convertir en poeta, viéndose forzada a vender pescado de forma ambulante. Por su parte, Gwan-sik, que también es huérfano de padre, ve reforzada su posición con la muerte de este. Lejos de perder estatus, lo gana al convertirse en el cabeza de familia, mimado y protegido por su madre, su hermana y su abuela. Más adelante, tras la boda de ambos y en un momento en el que enfrentan graves dificultades económicas, la abuela de Ae-sun decide dejar atrás la tradición y darle a la chica una suma importante de dinero, una suma que cree que se ha ganado cuidando a sus hermanastros y trabajando en el terreno familiar. La joven pareja invierte su dinero en un barco, un proyecto rentable pero que no ayuda a todos por igual. Gwan-sik se convierte en capitan, alcanzando un mayor estatus en el pueblo, mientras que Ae-sun, que ha realizado la compra, no puede disfrutar de ella si no quiere que otros marineros eviten la embarcación. Es una mujer y, en Jeju, las mujeres solo trabajan en el mar como Haenyeo, buceadoras que enfrentan una alta tasa de mortalidad.
«Feminista» sigue siendo un insulto en Corea pero es evidente que algo está cambiando. Aunque las mujeres solo pueden luchar por sus derechos desde el anonimato, en las librería, el cine y la televisión, los personajes que se oponen a la desigualdad están dejando una profunda huella. En la adaptación al cine de Kim Ji-young: Nacida en 1982 el papel del marido de la protagonista tenía la cara de Goon Yoo, uno de los actores del país más conocidos internacionalmente. En Las hermanas, un thriller de Studio Dragon (la productora surcoreana más importante), Kim Go-eun —increíblemente popular gracias al éxito de Goblin— tiene un monólogo sobre lo difícil que es para las mujeres evitar la pobreza. Y en Si la vida te da mandarinas… Ae-sun y Geum-myeong están interpretadas por IU una súper estrella, considerada la Taylor Swift coreana, nombrada «la hermana menor de la nación», que aquí protagoniza una historia sobre cómo romper el ciclo del machismo. Es en la ficción en dónde se está produciendo el discurso feminista en Corea y no podemos subestimar esto. Es el poder de las historias que conmueven. La determinación de las espectadoras por hacerlas realidad.