Bottoms no sabe imaginar un mundo mejor

B

(o por qué la buena representación debe ir más allá de lo individual)

La desaparición de las películas medianas —todas aquellas que, sin ser superproducciones, cuentan de base con un respaldo material del que carece el cine independiente— se ha cebado especialmente con las comedias y, en específico, con el subgénero de «comedias zafias» que tanto éxito cosechaban en la primera década de los 2000. Mientras que las películas de terror (especialmente dentro de las grandes sagas) llevan décadas demostrando ser una apuesta segura a la hora de llevar adolescentes al cine y las comedias románticas han encontrado un público fiel gracias a las plataformas de streaming; las comedias zafias han quedado relegadas a la anécdota sin saber muy bien cómo adaptar su tipo de humor a los nuevos intereses de la «audiencia general». Películas como Chicos buenos o Súper empollonas han intentado actualizar el género, evitando de forma consciente el humor más salvaje que antes funcionaba como seña de identidad. Y aquí no es solo que las sensibilidades de la audiencia hayan cambiado sino que la propia crítica parece disfrutar con la manera en la que este «viraje a lo ñoño» consigue refrescar unas premisas (la de los adolescentes cachondos, la de las fiestas de instituto descontroladas) que parecían enquistadas. Pero frente a Super empollonas, Bottoms quiere ser otra cosa. Una cosa nueva pero también una cosa «como las de antes». Una comedia zafia que saca todo el partido de la nostalgia Y2K y una cinta actual con el sabor de surrealismo favorito de la Generación Z. Una película «políticamente incorrecta» pero una que se preocupa de base por interiorizar algunas de las preocupaciones de su joven audiencia. Una contradicción, sí; el tipo de contradicción exacta que solo puede darse en el ecosistema posmoderno actual.

Las protagonistas de Bottoms, PJ y Josie, son dos marginadas que quieren perder la virginidad antes de terminar el curso e ir a la universidad. Y para cumplir su objetivo no tienen a cualquier chica en el punto de mira sino a dos de las animadoras más populares y guapas de todo el instituto: la dulce Isabel, novia del quarterback estrella, y la misteriosa Brittany, que siempre parece estar a la sombra de la primera. Cuando a causa de una confusión se extiende entre sus compañeros el rumor de que PJ y Josie han pasado el verano en un reformatorio, las jóvenes intentarán aprovechar la oleada de atención negativa —y la fascinación que parecen causar en las chicas populares— para crear un club de defensa personal femenino que les permita «entrar en contacto» con sus compañeras. Sin embargo, y pese a utilizar la premisa más tópica dentro del género, la cinta consigue sorprendernos. Seligman y Sennott rehuyen de las narrativas de enredos para abrazar progresivamente lo más absurdo y experimental, culminando todo en una serie de secuencias en extremo violentas que no podíamos siquiera imaginar al comienzo de la trama. El valor más importante de Bottoms se encuentra en su insistencia en salirse de todos los moldes y eso empieza, por supuesto, con sus dos protagonistas.

Históricamente las comedias zafias se han apoyado sin ningún tipo de vergüenza en lo peor de los roles de género. Los protagonistas de estas historias son chicos adolescentes normales con muchas ganas de follar con sus compañeras porque, para bien y para mal, eso es exactamente lo que la sociedad espera de los chicos de esa edad. Estas películas se producían con un público jóven y masculino en mente y, en consecuencia, estos protagonistas se podían permitir tener cierta profundidad, cierta sensibilidad, y la intención de funcionar como un reflejo humorístico del espectador. Frente a ellos, los personajes femeninos, interpretados por chicas espectaculares, no podían ni querían funcionar como buenas representaciones de las adolescentes sino, en el peor de los sentidos, como un objeto aspiracional: como un ente atractivo y vacío donde es fácil proyectar deseos particulares. Mientras que los personajes masculinos en las comedias zafias tienen puntos en común pero se construyen con matices diferenciadores que generan dinámicas concretas (los protagonistas de Supersalidos, ambos amigos, ambos perdedores pero, también, diferentes entre sí, son un buen ejemplo de esto), los personajes femeninos se reducen al tropo general de chica popular, amiga de la infancia o chica misteriosa. No se necesita más. Volviendo a los roles de género, las mujeres en estas historias son algo a lo que mirar, una cosa que se puede ganar. No tienen agencia, no son graciosas y, en la mayoría de ocasiones, el guión no se detiene a considerar si son parte del chiste o una presencia que debemos tolerar. 

Por todo esto resulta tan refrescante seguir la historia de Josie y PJ. Bottoms es una película escrita y dirigida por mujeres, y sus dos protagonistas son el mejor ejemplo de todo lo que nos hemos perdido al aferrarnos con tanta fuerza a los clichés de género establecidos en la sociedad. El personaje de Rachel Sennott no es solo carismático y gracioso, sino capaz de dirigir sus one liners irónicos a cualquier objetivo, desde el feminismo a la cultura de la violación. Ayo Edebiri, por su parte, da a Josie cierta timidez capaz de sacar el mayor partido de cualquier situación incómoda en la que se vea envuelta. Ambas actrices tienen química entre ellas y no cabe duda de que gran parte de los diálogos se han beneficiado de una improvisación que se apoya en la confianza entre las intérpretes. Sí, son exactamente como Evan y Seth en Supersalidos. Demasiado similares a Jim y Oz en American Pie. Sin embargo, el hecho de que sean mujeres sáficas permite construir nuevos chistes y dar un brillo diferente a todos aquellos que ya hemos escuchado antes. El problema con Bottoms no está en sus protagonistas ni en su capacidad para hacernos reír sino en todo lo que las rodea. Porque para construir una comedía zafia «como las de antes» Sennott y Seligman han recurrido a todo aquello que las hacía caducas y sexistas. 

Brittany e Isabel, los dos intereses amorosos en la cinta, son animadoras guapas y populares. Y la forma en la que está codificada esta belleza y esta popularidad bebe directamente de ideas patriarcales que desentonan con todo el resto de ideas alrededor de la diversidad. Las únicas características que definen a Brittany es su apariencia de supermodelo de los 90 y el hecho de que dirige una tienda de joyas online, dato que conocemos de pasada mientras PJ finge estar interesada en el feminismo como ardid para llevársela a la cama. Isabel por su parte, es guapa e ingenua, y su papel se reduce a ser un trofeo para Josie. Cuando el personaje de Ayo Edebiri actúa de forma incorrecta Isabel pone morritos y amenaza con volver a los brazos de su novio futbolista. Cuando, finalmente, Josie actúa de manera correcta, Isabel le recompensa con un beso de película porque, a fin de cuentas, es ese tipo de personaje femenino-objeto que no pretende recordarnos a una mujer de verdad. Por esto, cuando hablamos de la representación (femenina o LGBT+) en Bottoms el tema se pone complicado. Por supuesto, la cinta de Seligman adora a sus protagonistas y pone en primer plano temas como la sexualidad adolescente femenina. De la misma forma, también se conforma con hacer sólo eso. Que PJ y Josie sean visibles (y consigan follar) es el objetivo último. Un ejemplo de la perspectiva individualista que empapa ahora toda conversación relacionada con la diversidad.

«A la totalidad imprecisa que llamamos sistema le da igual que la denuncien y la desenmascaren. Ni se inmuta. Mientras no existan alternativas ilusionantes susceptibles de engendrar deseos de un ordenamiento social nuevo, dormirá a pierna suelta, conocedora de que los adversarios, a lo sumo, resisten», escribe Francisco Martorell Campos en su ensayo Contra la distopía. Uno de los temas en los que el autor profundiza a lo largo del libro es el concepto de que la izquierda actual, refugiada en el miedo y jugando a la defensa de los derechos conseguidos, falla a la hora de proponer ideas; de soñar con la forma de hacer una realidad más justa e igualitaria. Bottoms, y el tipo de entusiasmo que se ha generado a su alrededor, son el mejor ejemplo de esto. La película de Seligman asume que un mundo en donde a las mujeres no se las juzgue por su apariencia física según unos estándares heteronormativos (PJ usa en varias ocasiones una escala numérica para referirse a otras mujeres) es impensable. Que un universo en el que a todas las mujeres —y no solo a unas pocas— se las mira con empatía y humanidad es virar demasiado hacia el más allá.

Poca duda cabe sobre lo poderoso que puede llegar a ser vernos a nosotros mismos en pantalla. Incluso si la historia no se relaciona directamente con las experiencias particulares y específicas de una minoría o de un grupo infrarrepresentado, comprobar que aquello que nos hace ser nosotros y que usamos para construir nuestra identidad puede formar una parte natural de las historias hace maravillas en la percepción que tenemos de nosotros mismos. En el episodio 5 del podcast Think Twice, por poner un ejemplo concreto, la periodista cultural Kirna Mayo habla sobre la experiencia quasi religiosa que experimentó al disfrutar por primera vez de The Whiz una adaptación musical de El mago de oz que llegó a Broadway en 1975 con un elenco formado en su totalidad por actores negros. Aunque la historia sigue al pie de la letra los acontecimientos de la película del 39, con la que Mayo ya estaba familiarizada, el musical, gracias a su diversidad, le parecía una cosa diferente. Una cosa muy importante. Y yo también he tenido experiencias similares. Hace poco no podía evitar emocionarme viendo Te estoy amando locamente y escuchando unos acentos y expresiones andaluzas, tan marcadas como reales. El hecho de que los acentos se presentaran como algo normal —natural— y no como un elemento humorístico o de caracterización (para señalar a un otro andaluz frente al resto de personajes) impregnó la peli de un carácter que me hacía sentir, más que vista, oída y respetada. Pero como decía, en un momento en el que las ideas de ultraderecha y las políticas fascistas se extienden por todo el mundo; un presente en el que tenemos que luchar de nuevo por derechos que ya habíamos adquirido, esto no es suficiente. Estar y existir es un fin en sí mismo pero el propósito debería ser soñar: imaginar cómo sería una realidad en la que no tuviéramos que reivindicar nuestra presencia. Vislumbrar la utopía en la que ya somos todos iguales. 

Creo que Bottoms no sabe imaginar un mundo mejor porque para hacerlo hay que ser algo ingenuo, ponerse en la posición vulnerable de presentarse como soñadores cuando tú lo que quieres es ser guay. Y Bottoms es muy guay. Quizás el elemento más guay de toda la película es el uso de una ironía que no solo nos transporta fácilmente a las comedias de los 90 sino que también conecta con una generación que tiene serias dificultades para tomarse en serio todo lo que tanto les importaba a los jóvenes anteriores. El nihilismo que para muchos es la seña de identidad de la Generación Z se traduce en muchas ocasiones en un regreso al humor negro, punzante y ofensivo que caracterizaba los primeros años online. Porque, total, si nada importa, y si todo el mundo se ofende de todas maneras, no pasa nada por traspasar alguna que otra línea con la intención de hacer reír. Pero el inconveniente aquí no está solo en la manera en la que la ultraderecha utiliza este tipo de humor para mover la ventana de Overton (hacer que ciertas ideas, antes tabú, puedan ahora debatirse bajo el paraguas del humor) sino que la ironía en un contexto posmodernista no termina de funcionar bien. En palabras de Stuart Jeffries en Todo, a todas horas, en todas partes: «La ironía es necesariamente subversiva porque el significado de lo que se dice es lo contrario de lo que se está enunciado; pero el riesgo que entraña la ironía posmoderna es que lo que subvierte no es aquello que se propone criticar, sino la propia agencia crítica del mensaje». Por esto, cuando la película tira chistes sobre el padrastro abusador de uno de los personajes secundarios o PJ pone los ojos en blanco cuando todas sus compañeras levantan la mano ante la pregunta «¿cuántas de vosotras habéis sido violadas?»; cuando el guión se ríe de que todos los jugadores de football se abracen y consuelen entre ellos o cuando uno de sus profesores abraza o rechaza el feminismo según las modas, no parece estar criticando la prevalencia de la violencia sexual, la contradicciones de la masculinidad o a los falsos aliados sino que parece estar harta de tener que criticarlo todo. «Ay, qué mal están las cosas», parecen decir Sennot y Seligman a la vez sin demasiada convicción.  Porque, al final, hablar de estas cosas no es guay. Ser gritones no parece valer para nada. En última instancia, Bottoms solo es una comedia y no tiene que venir a arreglar nada pero resulta descorazonador la forma en la que siquiera lo intenta. La manera en la que reduce el discurso sobre representación e identidad a la simple presencia de dos actrices en pantalla.

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Marta Trivi

12 comentarios

  • Hola, Marta, en primer lugar enhorabuena y gracias por el blog, para mí es muy buena noticia tener un lugar donde leer tus análisis (desde la tristemente desaparecida ‘Canino’ echo en falta este clase de trabajos que Alberto Corona o tú hacéis tan bien).
    Quería comentar este artículo porque creo que el estudio de la representación de identidades en la ficción (y la imposibilidad de muchas de éstas para imaginar otro mundo) se relaciona con el análisis de otra aparente imposibilidad: la de pensar otro sistema socioeconómico desde la creación cultural. No sé si fue Jameson o Fisher (o ninguno de los dos) quien acuñó ese lema de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Y, en ese sentido, me parece perturbador que las ficciones audiovisuales (por centrar el tiro) que se pretenden , al menos, algo reflexivas (¿y progresistas?) acojan con tanta facilidad los marcos que imponen lógicas como el neoliberalismo o el patriarcado.
    Uniendo ambas dos, ¿qué te parece, en este debate, ‘La red social’? Porque si bien estoy de acuerdo con la opinión mayoritaria de que es una película que define una época, creo que lo hace para mal.
    De nuevo gracias por tu trabajo (aquí y en el resto de sitios).
    Un saludo

    • Hola, José María. Muchas gracias por leer y más aún por comentar. Esperaba que al principio esto pasara más desapercibido pero, oye, no me quejo!

      Efectivamente, la cita que mencionas es de Fisher y la tuve muy presente mientras veía la peli. Creo, como dices, que es extraño que tantos creadores diversos simplemente se contenten con ver una imagen similar a ellos en pantalla. ¿Has leído «La cultura del narcisismo» de Lasch? El autor sostiene que tanto la idea de éxito que se representa en La red social como el concepto de entender la realidad viendo imágenes similares a nosotros en pantalla es síntoma de esta época de capitalismo tardío/narcisista. Me encantaría saber más sobre tus ideas de la obra de Fincher.

      Abrazo.

      • Hola, Marta, disculpa la demora en la respuesta… Sí que he leído el libro de Lasch, pero no se me había ocurrido pensar ‘La red social’ desde ahí.
        Quizá estoy demasiado pegado a una idea de la que me cuesta desembarazarme: la de que una película como la de Fincher (o la de ‘Steve Jobs’ de Boyle, por citar otra) supone una humanización vergonzosa de conductas, como poco, reprobables, a través de estrategias emotivas, propias de ese giro afectivo que han descrito autoras como Sara Ahmed. El final de ‘La red social’, en el que se muestra sin pudor que lo que hay detrás de todo es que el tipo no difirió bien que su novia le dejase, uf…
        Seguimos comentando, ¡gracias por tu respuesta!
        Un saludo

  • Hola Marta, muy interesante el post. Te dejo por aquí alguna idea q me surgió leyéndote, cuando haces el paralelismo de las izquierdas y su falta de imaginación con la actitud que asume la película Bottoms y q creo q puede estar relacionado con esa actitud nihilista q comentas.
    El caso es que puede q haya cierta desesperanza a la hora de imaginar la posibilidad de poder cambiar el sistema, hacer cambios radicales, porque la historia está llena de estos intentos q acabaron en el fracaso mas absoluto aún cuando estaban impulsados por la mejor de las voluntades, la de una sociedad diferente. Y lo escribo con conciencia de causa, desde Cuba, uno de esos intentos.
    A lo mejor es eso como dicen en el capítulo 6 en la serie The last of us, q solo se puede lograr una sociedad así, a pequeña escala. Igual ojalá no sea así algún día.
    Abrazo Marta, te sigo leyendo por acá.

    • Hey, Dévito, no sé si te respondí antes al comentario porque la app me va regulinchi. Si es así perdona!

      Me gusta mucho que comentes lo de la historia porque justo hace nada leí un ensayito que hablaba de cómo la sociedad capitalista actual no mira al pasado porque asume de base que todo es ahora mejor y que hacerlo es conservador. Creo que tienes toda la razón en lo que dices. Tengo que reflexionar sobre esto, desde luego. Gracias por inspirarme y un abrazo desde España.

  • ¡Muy interesante el artículo Marta! El párrafo final me ha encantado, creo que has dado en todos los clavos. Gracias por el artículo enlazado de nihilismo y Generación Z, es un tema que le he dado vueltas a veces y me gustaría retomar.

    P.D. No sé si sigues a oliSUNvia, hay un video insertado en el artículo que habla del tema, me parece una videoensayista buenísima.

  • ¡Hola Marta!

    Todavía no me había pasado por tu blog. Un pecado capital, lo sé.
    El primer texto es buenísimo, este puede que incluso me haya parecido aún mejor, y no descarto que me pase lo respectivo con el tercero. Cómo escribes, hija.

    Pero bueno, al margen de las consideraciones generales, venía a decirte que me ha encantado esto: «Estar y existir es un fin en sí mismo pero el propósito debería ser soñar: imaginar cómo sería una realidad en la que no tuviéramos que reivindicar nuestra presencia. Vislumbrar la utopía en la que ya somos todos iguales». Y vaya sorpresa me he llevado cuando lo he visto seguido por esto otro: «creo que Bottoms no sabe imaginar un mundo mejor porque para hacerlo hay que ser algo ingenuo, ponerse en la posición vulnerable de presentarse como soñadores cuando tú lo que quieres es ser guay».
    El otro día tuve una conversación muy emotiva con una gran amiga, y una de las cosas sobre las que hablamos fue la importancia de comunicarnos desde una posición de vulnerabilidad real, sin matices o coñas de por medio; y lo difícil que nos resulta incluso a las personas que aparentemente no tenemos problemas para expresar nuestra opinión acerca de (casi) cualquier cosa. Leerte ahora y encontrarme precisamente con estas palabras no ha hecho más que afianzar la sensación y propósitos con los que salí de esa conversación. Así que gracias por escribirlo. Has dado en un buen clavo generacional y personal.

    • ¡Hola, Sara! Que alegría que me leas. Muchas gracias por pasarte por aquí.

      Muchas veces no somos conscientes de que tenemos una armadura puesta cuando socializamos porque estamos performando esa interacción social. Me alegro de poder ayudarte aunque sea de una manera tan indirecta.

      ¡Un abrazo!

  • Otra vez por aquí jeje, y como siempre, chapó por el texto. Das en el clavo.
    Solo comentar un par de cosas acerca de esto que dices como referencia:»….Uno de los temas en los que el autor profundiza a lo largo del libro es el concepto de que la izquierda actual, refugiada en el miedo y jugando a la defensa de los derechos conseguidos, falla a la hora de proponer ideas; de soñar con la forma de hacer una realidad más justa e igualitaria…»
    Totalmente cierto aunque yo puntualizaría, esto le pasa sobre todo a la izquierda reformista, la izquierda burocratizada que abandona precisamente los orígenes de la izquierda, los métodos e ideas que han llevado a la izquierda a ser lo que es. Que abandona los métodos de lucha combativa, que se abraza al capitalismo porque piensan que se pueden conseguir cambios con pequeñas reformas (cambios que no sirven para nada porque solo hace falta otro gobierno o la presión de cualquier lobby empresarial para que se caigan), que creen que el parlamentarismo es el final último que conseguir (sin pensar que el estado y sus administraciones fueron creadas y son administradas por el mismo sistema que intentan reformar, como intentar pelear con la ballena desde dentro cuando te esta digiriendo y ya no tienes brazos). Es la izquierda que cree que ser demasiado «radical» no es bueno porque cree que le votarán menos y hace giros a la derecha y por supuesto, lo que consigue es que le voten aún menos porque amplias capas de la clase obrera se siente traicionada.
    Esa izquierda no es toda la izquierda, pero es la izquierda que vive de los retazos de las luchas obreras y que siguen siendo un referente para muchas capas de la clase obrera. Es la izquierda que no es que tenga poca imaginación, es que no quiere tenerla, muchos de sus lideres solo buscan intereses individualistas y aspirar y luchar por un sistema más justo, puede arruinar esos planes.
    No quiero sonar como un sectario, el tipo de persona de izquierda que dice, lo mio es lo mejor y lo de los otros son herejías, la típica escena de «la vida de bryan» que se usa para criticar la división de la izquierda.
    Mi tesis va dirigida a que no se puede generalizar esa izquierda más conocida con la verdadera lucha de clases. Esa izquierda son los remanentes de la segunda internacional que Lenin repudió precisamente por su burocracia y por su traición a las bases ideológicas de la lucha de la clase obrera. Y aún así, lo que no se puede hacer y hacen los sectarios, es echar mierda a las bases de esas organizaciones, sino con mucha paciencia, mostrar una realidad y que lleguen a sus propias conclusiones.
    Estas direcciones reformistas, son las que han dejado pavimentado el camino a las organizaciones de extrema derecha y su discurso. Cuando abandonas la calle y dejar de organizar a la gente en barrios y fabricas, cuando tus medidas cuando llegas a los gobiernos, no son demasiado diferentes a las de gobiernos de derecha y la gente se siente traicionada. Cuando el único discurso que parece disruptivo con el sistema (falsamente disruptivo, claro) es el del fascismo, incluso capas de la clase obrera más desesperada se deja seducir por esa demagogia y populismo y por supuesto, la pequeña burguesía arruinada. Y no porque la gente sea tonta, se haya hecho fascista o que el discurso fascista sea bueno, de hecho suele carecer de lógica real. Es porque es el único, el discurso del reformismo está vacío o no existe, porque lo que le hacía fuerte era la organización a pie de calle.
    Pero no vengo a dar una clase de pesimismo político, creo que la clase obrera sigue teniendo mucha fuerza y que tarde o temprano, si no consiguen una dirección política de ese reformismo pasará por encima, como ya ha pasado en el pasado.
    Perdón, se me fue el tema del texto, pero creo que al final, tu texto también sirve para abordar cosas aún más profundas, y vuelvo a decir, que a veces hay muy poca profundidad entre algunos ensayistas a la hora de hablar de la izquierda, como que se habla desde una perspectiva muy universitaria y sin profundizar en la lucha de clases real o analizarla desde un punto de vista dialéctico.
    Perdón otra vez por la extensión y por haberme ido del tema, un saludo y perdón de nuevo.

    • Es cierto que cierta izquierda vista desde el juego de perspectivas que manejamos en la realidad material actual no se ajusta del todo a la cita, pero es un tema que daría para su propia entrada 😅. Aun así, me gusta ver que el texto puede dar pie a reflexiones paralelas.

      ¡Un saludo!

Por Marta Trivi