Sobre cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar las contradicciones

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(Dune es esto y todo lo contrario)

La mejor escena de Dune: Parte dos —o al menos la más impactante— está rodada con una cámara infraroja que consigue negros puros sobre un blanco marmóleo. Llegamos a ella tras dejar atrás las arenas anaranjadas de Arrakis y los tonos tierra con los que se envuelven los Fremen para visitar por primera vez el planeta de los Harkonen que se encuentra en ese momento en plena celebración. Según Villeneuve, el aspecto de Giedi Prime en la película surge a partir de dos ideas presentes en la novela original: la de que el planeta se encuentra bajo el influjo de un «sol oscuro» y la de que la brutalidad de los Harkonen ha afectado al ecosistema en el que habitan que, a su vez, les afecta de vuelta. En la construcción visual de Giedi Prime y Arrakis, Villeneuve transmite la filosofía de vida de sus habitantes, mostrando cómo los Fremen se integran en su entorno, adaptando a él su forma de vida, mientras que los Harkonen transforman, extraen y destruyen a placer. La escena introductoria de Feyd-Rautha es, sin duda, magnífica. Expresiva, majestuosa, brillante. Sin embargo, y al mismo tiempo, también es contradictoria. Porque si bien la secuencia acierta al dejarnos deducir algunas ideas que no se han hecho explícitas en el guión, también niega de pleno lo que este intenta contarnos de forma directa. 

Cuando conocemos al personaje de Austin Butler se encuentra a punto de salir a la arena de un enorme anfiteatro en donde supuestamente luchará hasta la muerte con una serie de malogrados esclavos. Y mientras que él piensa que todo está amañado —que los hombres saldrán al ruedo drogados, como es habitual— nosotros aprendemos que esta vez su tío está a punto de tenderle una trampa. Los esclavos pueden estar famélicos y debilitados pero, por primera vez en su vida, Feyd-Rautha tendrá que enfrentar un combate de verdad. Los conceptos que se nos presentan desde la narrativa van desde la naturaleza traicionera de los Harkonen (que ni siquiera respeta la sangre) hasta su forma de ser en extremo despreciable. Si en la primera cinta la parafernalia relacionada con el toreo pretendía reflejar el espíritu valiente de los Atreides, aquí el desigual combate de gladiadores (que habitualmente es aún más desigual) pretende servir como contraste en los villanos. Pero, visualmente, Dune: Parte dos no refleja eso. Villeneuve construye una escena de gloria para hablar de la cobardía de los personajes. Lo que vemos y lo que oímos en pantalla no terminan de alinearse y, como espectadores, nos vemos obligados a llegar por nosotros mismos a una conclusión: ¿Es Feyd-Rautha en realidad un digno rival para Paul?

No, la respuesta es no, pero esto no es importante ahora

En las últimas semanas, el interminable debate sobre la comprensión audiovisual ha girado alrededor de Dune y, de forma más específica, de la figura de Paul. Parece algo evidente que la historia de Frank Herbert intenta subvertir la narrativa del elegido presentando a un protagonista que, más allá de sus capacidades, necesita apoyarse en una serie de historias y leyendas plantadas a conciencia por una organización oscura con dudosas intenciones. Paul no puede ser el Lisan al Gaib simplemente porque tal figura no existe. Hablamos aquí de una mentira propagada a propósito con la intención de controlar a las masas. Y aunque esto es algo que Villeneuve entiende, no es al final lo que rueda. A la hora de mirar a Paul, el director construye imágenes épicas en las que el personaje de Timothée Chalamet parece tan heroico como cualquier otro protagonista de una superproducción. Puede que Dune quiera subvertir desde su narrativa (luego vamos a esto) pero es evidente que desde la imagen solo quiere construir. Subirse a la espalda del cine comercial y utilizar su mismo lenguaje. Es por eso que Dune es esto pero también todo lo contrario. 

A los conservadores les encanta Dune. En las últimas semanas un montón de supuestos analistas con evidentes dificultades para entender el mensaje de Barbie pero con un público fiel que los sigue de forma religiosa, no han dejado de enumerar las numerosas virtudes que convierten a Dune en una de las pocas superproducciones «no woke». Entre estos argumentos señalan la representación de Alia como un bebé totalmente formado y racional en lugar de como «una masa de células», lo que, al parecer, convierte a la película en un alegato pro-vida, o el hecho de que Paul y Jessica estén dispuestos a hacer cualquier cosa el uno por el otro y por el legado de los Atreides, lo que para los conservadores refleja «filosofías» afines a ellos como la intención de poner en el centro el poder de la familia nuclear. Y aunque es muy fácil reírse de estas ideas y, aún más, de la forma desconectada en la que han llegado a ellas (anteponiendo su ideología al propio visionado) creo que es difícil negar que Dune es en sí misma una saga con muchas ideas conservadoras mezcladas, de forma intencional, con varias pinceladas ligeramente progresistas. Y yo aquí voy más allá, porque creo que las ideas retrógradas contenidas en Dune son precisamente las que mejor se presentan en pantalla. En mi opinión, considerar Dune: Parte 2 una película «de izquierdas» necesita de un proceso de interpretación. Para considerarla «de derechas» solo hace falta dejarse llevar por la obra.

«La autenticidad del valor del arte va más allá de su contenido interpretable», escribe Melina Alexia Varnavoglou en un texto en el que profundiza en la obra de Sontag. «En el plano de la crítica, el exceso de interpretación ha reducido nuestra captación de la sensualidad en el arte, llegando a privarlo de su propia realidad. La forma de dirigirnos a cualquier obra de arte para buscar “qué dice” en lugar de abrirnos a “qué hace” tiende a desensibilizarnos gravemente». Y era esta idea de Sontag la que me venía constantemente a la cabeza mientras escuchaba el podcast de Alt Shift X dedicado a la saga. Aunque es evidente que los presentadores conocen profundamente la obra —uno de ellos ha dedicado más de 20 horas a diseccionar los libros uno a uno en su canal de YouTube—, también están, en mi opinión, profundamente desensibilizados ante la forma en la que la misma presenta sus ideas. Según ellos, la saga en su totalidad implica que la mejor forma de gobierno es la anarquía, algo similar a lo que hace el trabajo de Ursula K. Leguin. Pero es difícil entender esto desde la realidad y el contexto de la propia obra. Parece claro que Dune funciona como una advertencia contra los líderes carismáticos y, hasta cierto punto, contra cualquier tipo de gobierno autoritario. Pero la forma en la que hace esto es lo que aleja a la obra de cualquier tipo de interpretación progresista. Cuando uno de sus personajes accede a ver la «senda dorada» capaz de llevar a la humanidad a su desarrollo óptimo y entiende, en el proceso, que debe convertirse en un asesino genocida, es fácil llegar a dos conclusiones: la de que la novela justifica y simpatiza con el asesinato de millones de personas por un «bien mayor» y la de que Frank Herbert no tiene, en realidad, demasiado conocimiento de filosofía y naturaleza humana cuando sostiene con tanto ahínco que una gran tragedia tiene la capacidad de unificarnos. 

Cuando se habla de la afiliación política de Frank Herbert suele decirse que era «complicada». En la biografía que Brian Herbert escribió sobre su padre utiliza múltiples veces la palabra «complejo» para conciliar cosas como su postura antibelicista en relación con la Guerra de Vietnam con el hecho de que apoyara en numerosas ocasiones al Partido Republicano. Para acomodar el hecho de que expresa ideales profundamente anticomunistas junto con sus críticas a lo peor del macartismo. Cuando habla de su hermano Bruce Calvin, Brian subraya que la brecha entre padre e hijo no surgió a raiz de la homosexualidad del primero y que, además, fue Bruce Calvin el que se distanció de su familia. No obstante, y casi de pasada, también recuerda que cuando su madre Beverly estaba a punto de morir, fue Frank el que prohibió a su hijo que visitara a su madre en su lecho de muerte. Por primera vez, escribe que el autor nunca aceptó a Bruce Calvin. Las novelas de Dune mezclan una apasionada defensa de la naturaleza y la ecología con un machismo innegable a la hora de mirar a sus personajes femeninos. Incluye un personaje interesado sexualmente por personas de su mismo género, pero lo convierte en un monstruoso y degenerado pedófilo. Da pábulo a conceptos eugénicos como los de la mejora de la humanidad como raza mediante la selección artificial pero señala de forma constante los peligros de la religión organizada. Dune es esto y todo lo contrario. Pero, antes que nada, también es una novela de aventuras.

Es mejor leer Dune en la adolescencia. No es casual que Paul tenga 15 años y que la mayoría de fans de la saga —entre los que se encuentra el propio Villeneuve— la descubrieran alrededor de esa edad. Es importante señalar esto porque perderse en lo que Dune niega y suscribe, subraya y subvierte, siempre queda hasta cierto punto opacado por, como dice el videoensayista Jack Saint, «lo guay que es cabalgar en un gusano de arena». ¿Hasta qué punto importa si Paul es o no el elegido cuando dirige ejércitos, derroca al emperador del universo y consigue a la mujer de sus sueños? Hay un contexto crítico, está ahí, pero también la diversión y la épica que acompañan en la literatura a las historias que pretende desmontar. Y lo mismo pasa en la versión de Villeneuve. El director es responsable con el contexto pero, a su vez, está rodando una superproducción y es el legado de este tipo de obras lo que hace que Paul se enfrente a dos focos. Personalmente, creo que ambos le iluminan bastante bien. Ser «sensible» a la película pasa por entender que lo que nos gusta ver en la pantalla, lo que nos hace recomendarla, pedirle a nuestros amigos que la vean en el cine, es precisamente lo que hace que sea mucho más contradictoria de lo que queremos pensar. Porque por muy buena que sea nuestra comprensión audiovisual, por mucho que una directora o un director intenten controlar la escena, las imágenes nos llegan cargadas de significados que, muchas veces, sen revuelven precisamente contra lo que quieren contar. En esos casos, he aprendido que es mejor rendirse. Es mucho mejor reclinar la butaca y dejarnos llevar. 

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Marta Trivi

1 comentario

  • ¡Diana! Muy de acuerdo con todo lo que (tan bien) has escrito.

    Solo por si a alguien le interesa: Leer este articulo me ha hecho pensar en «Can You Ever Forgive Me?». Una peli que creo sí consigue transmitir lo mismo con el guión, la cámara, la dirección (todo) y podría caer fácilmente en glorificar o denigrar situaciones, personajes, escenas… Yo creo que lo hace muy bien y eso hace que la peli sea bastante única.
    Como escribió Sidney Lumet en Making Movies, «que bonito es cuando todos hacemos la misma película».

Por Marta Trivi