Tres etiquetas para desactivar una idea

(Notas sobre el discurso público y la obra de Sally Rooney)

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I. El fenómeno literario

El episodio del pasado 13 de diciembre del podcast Un tema al día dedicaba varios minutos a explorar la sutil violencia que acompaña a la cultura de la propina. Según Juanlu Sánchez, para muchos clientes de bares y restaurantes el momento de pagar está cargado de una tensión que deriva del choque de varias ideas contrapuestas: la de que los trabajadores de la hostelería suelen estar mal pagados y necesitan complementar su sueldo, la de que la obligación de pagar un salario digno es de los empresarios, la de que la propina es supuestamente el premio a un buen servicio o la de que dar dinero a un trabajador le sitúa (por algún extraño motivo) justo por debajo nuestra. Esto es, en definitiva, angustia de clase; la desorientación de vernos desde fuera, separados momentáneamente de otros trabajadores. «Hay violencia en dar dinero pero también en recibirlo», resume Sally Rooney en Intermezzo. Aquí hace referencia a la relación que Peter, un abogado en la treintena, mantiene con Naomi, una joven universitaria a la que ayuda económicamente. La clase —al igual que otras relaciones de poder como la edad o el estatus social— son el esqueleto que soporta todas las historias de la escritora irlandesa. Sin embargo, ella siempre se enfoca en lo cercano, en lo micro; en las propinas, en la forma de vestir o en aquellos favores que no se pueden pedir en voz alta.

Rooney es una de esas autoras a la que, por desgracia, conviene separar de la obra. Es bastante probable que incluso ella lo prefiera así. La escritora, que mantiene una vida discreta y privada, que no se explaya demasiado ni siquiera en perfiles y entrevistas promocionales, se ha visto elevada a fenómeno literario a través de las maquinaciones del marketing y la publicidad. Y no es que la obra de Rooney no esté a la altura de lo que promete su escandalosa campaña: es que la sobrepasa. Los libros son mucho mejores que el dibujo de ellos que nos hacen los publicistas por lo que la obra —o su interpretación, más bien— termina por verse empañada por el merchandising, los artículos pagados y los intentos de viralidad.

Unos días antes de la publicación de Donde estás, mundo bello, un libro delicado y sensible que nos invita a buscar el sentido en la belleza y en las relaciones con los demás, el The New York Times hablaba sobre totebags impresas y bucket hats amarillos. La editorial de Rooney había enviado unos preciados paquetes de merchandising a un grupo tan selecto de famosos e influencers que aquellos trozos de tela producidos en masa se habían convertido en una pieza aspiracional: «Para algunos profesionales del mundo editorial, los paquetes [de la editorial] FSG han sido una toma de humildad», detalla el artículo, «Laura Marsh, editora literaria de The New Republic, mencionó en Twitter que ella no recibió la tote ni el gorro. Lisa Lucas, editora en Knopf, Pantheon y Schocken, twitteó que ella era «lo suficientemente guay» para una tote pero no para un gorro». De cara a la publicación de Intermezzo las apuestas aumentaron. La lista para recibir una copia anticipada era tan exclusiva que Vogue Australia declaró que el libro era «el complemento literario definitivo» mientras que las influencers compartían la numeración de su copia privada en un intento por demostrar su capacidad de influenciar.

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Esto no tendría más importancia —al final el libro es el libro y es explicativo en sí mismo— si no fuera por la forma en la que afecta a la crítica y las conversaciones alrededor de la obra. En el episodio del podcast australiano Shameless dedicado a Intermezzo las presentadoras —en un ejercicio bochornoso— ponen en duda la ideología marxista de Rooney y de su obra usando como ejemplos su fama y su fortuna actual, así como el diseño de las campañas publicitarias de sus novelas, que parecen ir dirigidas «a un público más superficial y menos intelectual». Y esto lo ha quedado aquí, las dudas alrededor de la verdadera ideología de Rooney han sido constantes en las diferentes piezas que analizan Intermezzo. Han estado tan presentes que casi (casi) no se puede culpar a estos lectores de carecer de la capacidad de análisis necesaria. La propia Rooney ha comentado en múltiples entrevistas que la industria literaria funciona creando productos hermosos que la gente pueda comprar y poner en su casa para sentirse parte de la clase culta, la clase de gente que lee. De la misma forma, la industria también aliena a los autores y los convierte en gente que escribe, sin importar su origen y su identidad. Y con esta autoconsciencia Rooney dibuja a sus personajes, estudiantes de la universidad más prestigiosa de irlanda, sofisticados lectores y exitosos profesionales que, a la vez, son miembros de la clase obrera frente a una sociedad aburguesada. Un mensaje que la propia editorial de Rooney, la sombra de su fenómeno literario, consigue desactivar.

II. La escritora de romances

Como lectores posmodernos, estamos más capacitados para reconocer declaraciones políticas en la literatura de género que en otras historias más costumbristas. Puede ser, quizás, porque dentro del terror, la ciencia ficción o la fantasía, los escritores pueden tomarse el lujo de hacer literales metáforas filosóficas o llevar al extremo los significantes de clase. Es difícil pasar por alto la crítica al 1% en Los juegos del hambre cuando la trilogía trata directamente de cómo los niños más humildes deben competir a muerte para conseguir exactamente lo mismo que los habitantes del Capitolio consideran su derecho de nacimiento. No se puede ignorar el mensaje contra el colonialismo y la aristocracia en Nuestra parte de noche cuando las familias utilizan la sangre de los habitantes más pobres en los oscuros rituales que les permiten prosperar. Incluso novelas que no son necesariamente de género pero que usan las formas y el vocabulario de este tipo de obras, como por ejemplo Temporada de huracanes, consiguen hacer ineludible los horrores que señalan, como la violencia del machismo y la queerfobia en este caso concreto. Pero nada ilustra mejor este doble rasero a la hora de mirar la ficción que las interpretaciones históricas de la obra de Jane Austen frente a la de las hermanas Brontë. Mientras que a Austen se la considera una escritora de romances divertidos, a las Brontë, y más específicamente a Emily y a Charlotte, se las dibuja como escritoras mucho más sofisticadas que no dudan en apuntar al racismo, las tensiones de género o la violencia intrafamiliar. Y la clave está en su uso de las convenciones de la novela gótica. En la forma en la que se alejan del costumbrismo para tocar (sólo con la punta de los dedos) el terror y la oscuridad.

La película Conociendo a Jane Austen es una buena aproximación a la imagen que muchos lectores tienen de la escritora inglesa. Aunque es evidente que la guionista y directora, Robin Swicord, está familiarizada con las novelas y los personajes de Austen, la película trata su obra como poco más que un manual para triunfar en el amor o para solucionar problemas dentro de un matrimonio. Y mientras los personajes debaten si son más Elinor o Marianne, olvidan los alegatos de Austen a favor de la educación de las mujeres o su obsesión por reivindicar la «racionalidad» de sus protagonistas en una época en la que sólo se las miraba como el culmen de la sensiblería. También dejan de lado las críticas a las rígidas normas sociales de la época, que Austen frecuentemente asocia a la estupidez de aquellos que las siguen sin considerarlas. Y aunque no hay en sus historias lo que ahora entendemos por una crítica de clase —todos sus personajes pertenecen a la clase ociosa aunque haya ligeras diferencias en sus rentas y fortunas—, sí que subraya el papel clave que tiene el dinero en las relaciones interpersonales y cómo este nos encierra en un camino del que es muy difícil escapar. Esta es la tradición que Sally Rooney explora en su obra. La que el público puede permitirse pasar por alto. La que no necesita de ritos ni fantasmas para hablar de lo formativo de haber crecido sin mucho dinero, en un pequeño pueblo en medio del campo.

Gente normal es la novela más evidente de Rooney pero también la que se malinterpreta con más facilidad. La historia de Connel y Marianne es una historia de amor pero también una historia de clase. Un relato en la que los personajes no pueden entenderse del todo porque sus vivencias (y sus vergüenzas) son tan diferentes que ni siquiera les dejan apoyar un pie en la misma base. Y más allá del acoso escolar que sufre Marianne (derivado de la fortuna de su familia) o de la alienación que siente Connel cuando se marcha a Dublín con una beca para el Trinity College (que proviene de ser un chico de pueblo y clase trabajadora en un aula llena de estudiantes privilegiados), la escena que mejor representa las tensiones de clase en la novela es la primera ruptura de la pareja. Tras unos meses saliendo juntos y ante un verano en el que Connel no dispondrá del dinero de su beca, este anuncia que tiene pensado volver al pueblo durante las vacaciones. Para Marianne, insegura, este es un tema puramente sentimental: ella quiere que él le pida quedarse en su casa y demuestre así que quiere estar con ella. Para Connel es un tema de clase: quiere quedarse y no tiene dinero. Cree que es humillante tener que pedírselo a una novia que ni siquiera ha pensado en la complejidad de sus circunstancias.

Con cada nueva publicación Rooney ha ido sofisticando progresivamente su análisis y crítica de clase. Poniendo en el centro el materialismo histórico y las circunstancias específicas de la vida en Irlanda, ha ido añadiendo matices al discurso que son esenciales para lograr un retrato tridimensional. En Conversaciones entre amigos la escritora aborda el papel de la sexualidad, del éxito/estatus profesional, de la edad o de las expectativas sociales alrededor de las relaciones humanas. En Donde estás, mundo bello explora cómo la madurez y la experiencia pueden otorgarnos nuevas formas de mirar las cosas y, en Intermezzo, pone sobre el tablero todo lo aprendido con un elenco coral de personajes de diferentes edades, situaciones económicas y sentimentales. Lo único que se mantiene constante en la obra de Rooney, más allá del papel central de Dublín y la Irlanda más rural, es la exploración de lo pequeño. Lo más interpersonal. La clase como algo que no solo nos afecta a nivel político o sociológico sino como una tensión invisible e ineludible que evita que nos acerquemos totalmente a los demás. El romance en las novelas de Rooney tiene un papel similar al que tiene en las de Austen. Son situaciones autocontenidas con las que representar las diferentes externalidades que afectan a las relaciones humanas. Pero como le sucede a Austen, el romance en las novelas de Rooney también se percibe como un todo. El origen y el destino de todo lo que se quiere narrar. Y en consecuencia Rooney pierde fuerza para muchos lectores. No por haber escogido el amor para exponer sus ejemplos sino por la forma en la que estamos condicionados para desestimar los géneros que los Grandes Hombres no han querido explorar.

III. La gran voz millennial

En el primer episodio de Girls la protagonista, Hannah Horvath, asegura a sus preocupados padres que su carrera literaria está a punto de despegar. La muchacha, que acaba de graduarse en una pequeña universidad liberal y trabaja escribiendo textos breves para una revista, se compara con Woody Allen antes de definirse, con total seriedad, como «la voz de mi generación». La escena pretende ser cómica. Quiere que el espectador se ponga instantáneamente a favor de los padres de Hannah. Pero sucede (y no por casualidad, porque también pasa en la mayoría de películas de Allen) que también busca que la metapensemos, que percibamos el patetismo de Hannah al definirse de esa manera pero que tengamos presente la etiqueta por si podemos aplicarla más adelante a la actriz, guionista y creadora principal. Lena Dunham, que cuando comenzó a desarrollar Girls de la mano de Judd Apatow ya había dirigido una película y una serie de prestigiosos cortos, empezó a ser considerada como una creadora eminentemente millennial a raíz del estreno de Tiny Furniture, una historia centrada en el vacío vital de una chica tras acabar la universidad. Lo interesante al volver a Tiny Furniture es ver la manera en la que ciertos críticos fueron incapaces de leer la depresión de la protagonista como algo derivado de la crisis del sistema, insistiendo en el supuesto narcisismo «de pensar las cosas demasiado». El debut de Dunham sirvió para diagnosticar algo que estaba pasando, algo que nos convenía entender como sociedad en ese momento concreto pero que es difícil llevar más allá. Es lo mismo que sucede con películas como Reality Bites y su obsesión con la autenticidad o, en menor medida, con el cine gen z y su interés por la alienación derivada de la vida online. Son debates del momento, temas con fecha de caducidad. Manuales (o alegatos) durante su lanzamiento que poco después terminan funcionando como curiosidad. No importa lo prestigiosa que suene la etiqueta.

Es comprensible el intento de catalogar a Rooney como una autora millennial cuando los personajes sobre los que escribe tienden a tener su misma edad y vivir en unas circunstancias aparentemente similares a la suya. Marianne y Connel asisten al Trinity College, tal y como lo hizo Rooney. Frances, la protagonista de Conversaciones entre amigos, es una chica recién graduada que trabaja en una editorial mientras que Alice, de Dónde estás, mundo bello, ya es una escritora consagrada. Todos sus personajes viven en un Dublín asediado por la crisis de la vivienda y son afectados en mayor o menos medida por la depresión financiera. Rooney escribe de lo que conoce pero, a diferencia de Dunham, no se conforma con señalar el estado mental de sus personajes sino que busca profundizar en ellos, entender el por qué pasan las injusticias y luego subrayarlas. En este sentido, su obra es más universal. Definir a Rooney como una escritora generacional supone presentar un marco reduccionista para su obra; mermar su impacto.

A pesar de ser una de las escritoras más populares del momento, más allá de que sus lanzamientos sean eventos literarios y dejando de lado los halagos y las críticas positivas, algo de Rooney se nos escapa. Los temas que le obsesionan, las ideas de las que ella quiere hablar son aplanadas una y otra vez por la una industria literaria que prefiere vender rápido (y salir bien en las fotos) antes de hacernos pensar.

Sobre la autora

Marta Trivi

3 comentarios

  • Otro texto super interesante. No es tan común leerte analizando literatura, pero resulta igual de iluminador q cuando haces crítica de cine. Ojalá más textos en este sentido.
    De Sally solo he leído Dónde estás mundo bello y me identifiqué mucho con ciertas angustias existenciales de las protagonistas, creo q son un poco las de una generación. El intercambio epistolar entre las amigas es super gratificante de leer.
    Lo q siempre me revuelve con todas estas obras culturales q te mueven a pensar en ciertos temas sobre nuestra sociedad, es que puede hacer uno, luego de pensar y reflexionar. Como actuar, siempre da la sensación de impotencia ante el sistema.

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