Estamos mal, tú y yo. Pero estamos

o la experiencia de compartir En los márgenes con mis vecinos

E
  1. Alberto y yo

Mi amigo Alberto y yo debatimos mucho sobre la piratería. Él, que trabaja como crítico freelance para dos medios diferentes y se encarga de la actualidad durante los fines de semana en la web de una conocida revista, ha conseguido que la precariedad de su situación —que le lleva a trabajar a menudo de lunes a domingo— no afecte a la relación romántica que mantiene con el cine. Pese a que asiste a varios pases de prensa cada semana, Alberto aún contiene la respiración cuando se apagan las luces y se emociona con las diferentes reacciones del público a lo que sucede en pantalla. No es que crea que hay películas que «se ven mejor en pantalla grande» sino que cree que el cine es un todo, una experiencia completa; un rito místico, en el que la película es solo una pequeña parte. Él rechaza la pirateria, no porque dañe a los artistas, sino porque cree que nos daña a nosotros mismos. Porque, nos deja entregar algo valioso —mágico— solo a cambio de más inmediatez. La piratería no va en contra de sus creencias, va en contra de su fe.

Pero yo soy muy diferente a Alberto.

Una de las cosas que me preocupa últimamente es mi incapacidad para ser espiritual. El no ser capaz de dejar espacio en mi vida para las emociones puras o para las cosas que no puedo entender, dominada por mi instinto de racionalizarlo todo. No es que sea cínica —no creo que el cinismo case bien con el pensamiento utópico de la izquierda— o que no pueda poner de vez en cuando la cabeza en las nubes. Lo que pasa es que hay algo dentro de mi que se encuentra más cómoda en el limbo frío del no saber que en el calor de los cuentos, que mira con suspicacia las respuestas sencillas y que siente (y esto es dificil de admitir) que siempre hay algún tipo de fraude tras las ideas que se sitúan al margen de la ciencia. Me gusta hacer yoga pero no puedo evitar poner los ojos en blanco cuando se mencionan los chakras. Mi propia personalidad hace que tenga que disfrutar de lejos algo que debería interiorizarse de forma completa, como un abrazo. Y mi aproximación al cine (y a la piratería) es bastante similar.

Una de las películas que más he disfrutado en 2023 es May December, el melodrama de Todd Haynes que, estrenada en Netflix USA el pasado diciembre, aún no ha llegado a los cines de España. Por supuesto, esta es una película que he visto en mi casa, que me he descargado a través de un torrent y que he puesto en la tele a través de un sistema diseñado específicamente para esto y que uso de forma habitual. Es una película que he visto pirata. Tenía ganas de verla y la he descargado porque hacer lo contrario me parece irracional. Irracional en un sentido muy capitalista. Evidentemente, el motivo por el que May December no se ha estrenado aún en España es porque aquí no la distribuye Netflix sino Diamond Films, una compañía madrileña que suele interesarse por películas con un presupuesto moderado, cierto aire prestigioso y grandes estrellas. Como tras su estreno en Cannes parte de la crítica asumió que May December tenía bastantes papeletas para conseguir nominaciones a los Oscars, específicamente en las categorías de interpretación, Diamond Films decidió situar el lanzamiento el 23 de febrero, lo suficientemente cerca de la ceremonia como para poder usarla como reclamo principal. Lo que sucede, por tanto, es que una distribuidora —uno de los numerosos intermediarios de la industria. No hablamos aquí de «los artistas»— ha tomado una decisión empresarial con el objetivo de hacer más dinero y espera que la audiencia, aludiendo a la moral, la acepte e ignore otras opciones. Pero hay más opciones. Ahí están. Si la distribución —que no el cine— se tambalea por la propia realidad quizás este modelo tiene que renovarse, ¿acaso la innovación no forma parte de la historia que se cuentan los capitalistas?. 

La gente quiere ver películas. El cine no está en crisis, es una industria que generó más de 100.000 millones de dólares el año pasado, si es que eso es algo que nos importa. Los productores siguen llevándose bonus milmillonarios y creo que eso, y no la pirateria, es lo que tenemos que tener en cuenta cuando hablamos de que muchas salas, por desgracia, han pasado o están pasando por vacas flacas. No es justo poner la presión de mantener abiertos los cines, especialmente cuando hablamos de cadenas como Cinesa o Yelmo, en los trabajadores o en la población precarizada. Si yo voy al cine cada semana es porque la sala más cercana a mi casa ha inventado un carnet para socios con una tarifa plana. Esta también es una solución, ahí está. A mi me parece más importante que la gente pueda acceder fácilmente a las películas que les interese —que les despierte una pasión por el cine, que les enseñe como funciona, que les entretenga o que les haga pensar— que el hecho de que otras personas, especialmente los intermediarios, hagan dinero. Por eso, hasta este momento siempre me ha dado igual ver una película en el cine o verla en mi casa. Piratearla, stremearla o ir a sacar una entrada, al final el visionado es siempre algo que hago de forma individual. Pero ayer cambié de opinión. No soy una mujer nueva pero creo que en la filosofía de Alberto hay algo. Que el cine es capaz de funcionar como un sacramento. Que ver una película nos puede consagrar.

  1. Mi vecina y yo

Ayer fui al centro cívico de Cotxeres de Sants para ver En los márgenes que es una película que está en Amazon y que podría ver en cualquier otro momento, y más cómoda, sin moverme de casa. Y si fui fue, de nuevo, por mi tendencia a hiperracionalizarlo todo. «Conozco a la organización y así los saludo» pensé, porque allí es donde se organiza el Club de Joc. «Es una actividad gratuita, es una película española y a esa hora me va bien. Además, esto es algo que hay que apoyar porque esto es cultura de barrio, es abierto, es accesible, es para todos. Estas son las cosas en las que creo de verdad». Y por eso fui. 

La emisión de ayer formaba parte de una actividad que se llama Pantalla Barcelona y que lleva varias películas seleccionadas (españolas o de cine europeo independiente) por todos los centros cívicos de la región. La película no la proyectaban en un cine, tampoco en un auditorio, sino en un espacio multipropósito, con varias filas de sillas móviles y una modesta pantalla digital. Y esto último no lo digo para echar por tierra los esfuerzos de una organización bienintencionada sino porque creo que es algo importante si quiero despegar esta historia de todas aquellas narrativas que se empeñan en hacer del cine algo grande simplemente por estar ligado a ciertos avances tecnológicos; por creer que la (supuesta) magia solo surge cuando se escucha en Dolby y se ve a 4K.  

El caso es que a mi lado se sentó una vecina. Una señora que no vive en mi bloque ni pasea por mi barrio (era yo la que estaba en el suyo) pero que estaba allí, no del todo conmigo, pero en las mismas circunstancias. Y no se nada de mi vecina, no sé qué piensa de la piratería, ni qué tipo de película le gustan en realidad. No sé si paga el Netflix o si se baja las series de la HBO; si va a un club de lectura, o si tiene un Kindle y le pide a su hija que le descargue algunas novelas en ePub. Solo sé que mi vecina es más baja que yo, rubia y canosa, y que tiene un chaquetón de pluma azul que se puso por delante cuando le entró frío porque ya llevaba un tiempo sentada. Y sé que se pasó la película asintiendo y luego, al rato, se echó a llorar. Y lo que pasó es que yo lloré no del todo con ella pero sí por ella y eso fue lo que hizo de la película —del cine— algo especial. 

En los márgenes es una cinta de Juan Diego Botto que sigue durante 24 horas a varios personajes con problemas sociales derivados de la violencia capitalista. El nexo de unión es Rafa, un abogado con una tirante relación con su familia, que es incapaz de cuidarse primero antes de perderse en el cuidado de los demás. El resto de historias siguen a una mujer a escasas horas de ser desahuciada con su hijo menor, a una mujer inmigrante con varios trabajos precarios y a punto de perder la custodia de su hija y a una madre desesperada por volver a contactar con un hijo que la ignora a causa de la vergüenza por haberle generado deudas. Las diferentes narrativas se mezclan a muy buen ritmo y esconde, cada una a su manera, diferentes tipos de verdades que, en ocasiones, pueden resultar realmente difíciles de mirar. Es agradable cómo los creadores parecen sentir un interés real por los temas que tratan y un respeto auténtico por los personajes que siguen. Lejos de la equidistancia política en la que intentan situarse la mayoría de películas españolas (o la mayoría de las que consiguen el consenso crítico), En los márgenes se percibe una sinceridad que desentona de forma clara con la distancia que exige el cine en la posmodernidad.

Quizás el único defecto formal de En los márgenes es su incapacidad para encontrar y establecerse en el tono que busca. La película salta de escenas sobrescritas y algo melodramáticas (como casi todas las que involucran a Luis Tosar y su familia o al personaje de la señora mayor) a tomas mucho más sutiles y con espíritu documental. Es interesante ver como Botto pone en pantalla los mecanismos de la violencia indirecta en la primera escena de la niña con el policía y, posteriormente, en la secuencia centrada en los testimonios de una asamblea de la PAH. Y aunque la crítica la ha acusado de ser demasiado evidente, hay muchas ideas visuales capaces de dar profundidad al guión: desde un frigorífico lleno de comida precocinada barata en la cocina del personaje que se pasa el día trabajando en una obra, hasta el hecho de que todos los personajes que rodean a Tosar y que trabajan en asuntos sociales son mujeres con la capacidad de poner límites entre su trabajo y su vida personal. La visión de la precariedad que presenta En los márgenes es transversal y tiene en consideración la raza, la edad, el género y el estatus de legalidad en el país. En una de las escenas más potentes a nivel interpretativo, Cruz y Botto discuten sobre cómo la vergüenza puede llegar a impedir que busquemos ayuda cuando la necesitamos. Y como bien señala el guión, esta vergüenza tiene, en muchas ocasiones, un sesgo de género. También la solución que presenta En los márgenes resulta satisfactoria: apoyarnos los unos a los otros, compartir nuestros problemas, preocuparnos por los demás. Supongo que se le puede achacar a la película ser algo básica, quizás poco teórica, pero hay que concederle que tiene el corazón bien puesto y que habla honestidad.

Sea como sea, este es un análisis que hice a posteriori. Eso en mi es extraño. Normalmente soy una espectadora (y una lectora, y una jugadora) muy activa que «discute» con la película mientras la está viendo. Me gusta estar atenta a los detalles y tener la capacidad de identificar el tema lo más pronto posible. Y aunque eso es algo bueno para mi (no)profesión y me permite profundizar a un nivel teórico y técnico en la obra, también pone una serie de barreras entre la película y yo que soy incapaz de derribar. En lugar de emocionarme en una escena dramática, intento racionalizar mi sentimientos «despiezando» poco a poco todo. Intentando ver si es la música la que me manipula o las sobresalientes interpretaciones o si en realidad hay alguna «verdad» escondida en el guión que le da a todo cierta legitimidad. No puedo dejarme llevar. Sin embargo, con En los márgenes lo conseguí. Y aunque la película me ha gustado, no puedo darle todo el mérito a ella. El mérito es de mi vecina, que me desarmó con su sinceridad.

Mi vecina estuvo asintiendo desde el principio de la película. «Sí, sí, sí», decía con la cabeza cuando el personaje de Luis Tosar le dice a su hijo que no puede dejar a la niña sola en manos de los servicios sociales. «Sí, sí», continuaba cuando una de las profesoras del colegio al que va el hijo de Penélope Cruz le propone recoger al niño en su casa antes de que se produzca el desahucio. Pero también lloraba mi vecina. Desde el principio, además. Cuando los miembros de las PAH gritan proclamas delante del banco que va a desahuciar al personaje de Penélope Cruz, ella se limpiaba las lágrimas con las manos. Para cuando, más adelante, Cruz trata con brusquedad a su hijo en un autobús, ella ya había sacado un pañuelo de papel del bolso. No podía evitar preguntarme si esa mujer había estado en una situación similar. Después me angustiaba pensando dónde estaba yo cuando ella sufría sin saber yo quién era y sin saber tampoco cómo estaba en realidad. Así, empecé a llorar yo también. En una escena de En los márgenes Luis Tosar le dice a su hijo que si él «se parase a mirar» también se preocuparía por la gente que le rodea. Y ahí estaba yo, mirando. El cine —la experiencia cinematográfica— estaba formando una conexión entre dos desconocidas a través de una película que ahora era mucho más que una serie de imágenes en movimiento que simulan la realidad. Hay algo ahí, algo que no se encuentra en casa pero que, creo, tampoco puede surgir tan fácilmente en otro tipo de sala, en una más comercial. Puede que haya varios tipos de cine. Yo quiero defender este. El que vas a ver con tus vecinos. El que hace que te preocupes por los demás.

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Marta Trivi

16 comentarios

  • Me he emocionado con este texto. Yo soy un poco como Alberto con la música en directo, disfruto de la experiencia, me emociono y pongo nervioso cuando se apagan las luces y cortan la música previa al comienzo del show, me gusta ver a todo el mundo cantar al unísono ese verso, ver como afecta emocionalmente a todos esta canción…

    Me siento bastante idiota en esos casos emocionándome así en un concierto.

  • Tuve una profesora de literatura en el instituto que organizó un cineclub muy modesto. Vimos tres o cuatro películas, algunas clásicas y otras no tanto, pero en ese cineclub están algunos de mis recuerdos más tiernos con y sobre el cine. Hablamos sobre lo que vimos, nos emocionamos juntos, compartimos un ratito alrededor de un trocito de cultura y aprendimos sobre nosotros y el resto. Internet y el capitalismo en general nos ha abierto las puertas a compartir nuestras experiencias de forma inmediata, pero también las expone de una forma incontrolable. No se puede llorar o reír en redes, o al menos no de forma sincera, y no me extraña que propuestas como los clubes de lectura, juego o cine estén pidiendo a gritos volver. Así como tú defiendes este cine, esta forma de compartir y vivir de cerca las cosas, es la cultura que yo quiero defender. Un texto increíble, muchas gracias Marta.

  • Me cuesta mucho llorar, se me activan muchos resortes cuando estoy a punto de hacerlo y me bloqueo, y leyéndote se me han activado unos cuantos.
    Un texto súper bonito que me ha tocado un montón.

    PD: Me gusta mucho que en un blog, algo muy de los 2000, se vuelva a hablar de piratería así, como se hacía en los 2000 🙂

  • Dejo una pequeña nota para agradecerte por este texto en particular y por tu generosidad, y visión de mil y una situaciones de la actualidad. Q sepas q al menos a mi y sé q a muchos más nos haces pensar y quizás también «un tilín mejores y mucho menos egoístas». Abrazo Marta

  • Tremendo texto, muchas gracias por escribir. Aunque la película pueda ser algo simplona en algún momento, me pareció muy efectiva en otros; fue dura verla el otro día con las recientes noticias de los «excelentes resultados» de varios bancos españoles… Tenemos que encontrar la manera de aprovechar esta rabia. Más redes y menos capitalismo.

  • El texto es precioso Marta y me anima a fijarme más en los que me rodean, no solo en el cine, sino en cualquier circunstancia. Gracias.

  • No sabes cómo me identifico con tu propia descripción al comienzo del texto. Creo que esa percepción propia como persona racional -al menos en mi caso- proviene más de una acumulación de comentarios juiciosos u observaciones -ma´s o menos acertadas- hechas por terceras personas. Según van pasando los años, cada vez estoy más convencido de que no es una descripción tan certera como pensé, que mi lado emocional es tan amplio como el racional. Leyendo el texto completo me atrevería a decir que tú también estás más en sintonía con tu emocionalidad de lo que tu auto descripción descripción deja entrever.

    Qué texto tan bonito, Marta. Gracias por regalárnoslo.

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